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Lo que partió como un escandalillo asociado a la campaña de Donald Trump y al referendum que permitió el Brexit,  ha derivado en  el mayor impacto que ha recibido la empresa dominante en redes sociales, Facebook.

En el centro del problema está un negocio asociado a una práctica  comunicacional manipulativa. El negocio es la venta o cesión, todavía no está claro, de millones de fichas de usuarios de Facebook, incluyendo sus mensajes, sus gustos, disgustos, perfiles socioeconómicos, fotos subidas a la red, que en su conjunto y asociados por un algoritmo específico conforman un mapa humano, que permite conocer las características intrínsecas de esos usuarios.

La practica comunicacional es crear mensajes que gatillen los miedos, aprehensiones, deseos, sueños, que constan en esos perfiles, de tal manera que esas personas a la hora de votar por alguien  lo hagan impulsados por esos mensajes que muchos pensarán -porque es verdad- que calzan perfectamente con lo que ellos piensan.

El problema es que ninguno de ellos tiene conocimiento que son sus datos personales, extraídos de Facebook, los que han creado esos mensajes.

Se han abierto investigaciones criminales en Europa y EEUU al respecto.  Y como nunca antes las redes sociales están bajo el microscopio.

No para conectarse, sino para revisar si han abusado de sus usuarios, vendiendo su información privada a los mercaderes del templo.

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